Para Juli, sin quien…
Últimamente padezco de nostalgia. Padezco sí, porque es como una enfermedad. Aunque confieso que me gusta más la palabra Melancolía, quizá por la película de Lars Von Trier, no sé. El caso es que no solo he estado nostálgica sino que, he estado pensando y leyendo sobre la nostalgia. Y es interesante porque todo lo que leo sobre ese concepto alude a algo que flota en mi sangre: los viajes.
Por ejemplo, en la literatura griega hay un personaje que encarna la nostalgia: Odiseo. Su regreso a Ítaca – ¡ay ese poema!- veinte años después de haberse ido a Troya, está cargado del anhelo por volver. Es decir, se va pero con la idea de añorar el hogar, la familia, los amores y los amigos dentro del equipaje.
Escribir para publicar en este blog me toma tiempo. No suelo publicar las cosas en caliente, necesito primero digerir las historias que me atraviesan para tener algo qué decir. No me refiero a algo relevante pero por lo menos, algo honesto.
No soy una bloguera de viajes, soy una viajera que tiene un blog.
No sé muy bien para quién publico estas cosas ¿para ustedes? ¿Para vos? ¿Hay alguien ahí? Pero es lindo compartir las experiencias. Por ejemplo esta: aquella vez -hace un año ya desde este escritorio- que recorrí [mos] un país socialista del sudeste asiático en una moto, un país llamado Việt Nam.
Un país estrecho y alargado en forma de “S”
Vietnam para mí es pura nostalgia. Porque cuando llegué allí recién dejaba un lugar que me marcó lleno de una familia viajera. Porque llegaba a reencontrarme con alguien fundamental en mi vida. Porque el país en sí, evoca guerra y paz a la vez y con ellas; un pasado de lo que fue y lo que pudo ser.
Vietnam, es quizá el lugar más subdesarrollado que he visto en mi vida y durante aquella larga travesía a la que nos decidimos aventurar, mi viaje emocional fue igual de intenso al geográfico.
Nada se compara con viajar en moto. Los largos trayectos dan mucho tiempo para perderse en prolongadas contemplaciones del paisaje, de la cotidianidad y en infinitas meditaciones. La cabeza rueda libre por la carretera y las sensaciones de plenitud y desasosiego son una montaña rusa constante.
Vietnam es un país anfibio, su gente habita las aguas y la tierra y de ambas viven. Nada se desperdicia. Aldeas remotas sobre altas montañas, mercados flotantes, llanuras sembradas de verdes arrozales, selvas profusas y cafetales hasta donde te llega la vista, ciudades antiguas y ciudades modernas. Todo esto rodeado por enormes ríos que serpentean el mapa hasta las costas de playas limpias, donde emergen del mar islas de formas insólitas.
En el principio era la guerra
Primero lo primero ¿Dónde carajos estamos? Sabíamos que es un país socialista, que se come muy muy bien, que tiene unos 90 millones de habitantes y que tiene un pasado que teníamos que intentar entender.
Ubicado en un antiguo edificio de la administración americana –muy irónico- El Museo de la Guerra contiene exposiciones diseñadas para mostrar los efectos que la guerra de Vietnam tuvo sobre los habitantes. En la mayor parte de las exposiciones se observa un sesgo antiamericano (entendiendo por América, «Estados Unidos»).
El objetivo primordial del museo, es mostrar los horrores de la guerra. Y lo logra.
Las exposiciones son directas, como latigazos. Fotografías de soldados y civiles afectados por la guerra (muchos la consideran el punto fuerte del museo, para mí lo es). Muestras gráficas de los efectos del Agente Naranja sobre la población vietnamita. Colecciones de fotografías y objetos que atestiguan el coste humano de la guerra.
En muchas de aquellas fotografías vimos retratos que con sus miradas nos dieron un adelanto de lo que veríamos en muchos ojos durante aquel viaje: el miedo, la extrañeza, la nostalgia y el desarraigo.
El encontrarme de frente con pasillos enteros dedicados a la historia del Agente Naranja fue una de las cosas que más me impactó de este país. Y cuando digo impactó, realmente quiero decirlo.
Ese museo me dejo con un nudo en el estómago que solo logré desenredar cuando conocí los paisajes y el aprovechamiento de la tierra como símbolo de resiliencia que despertaron toda mi admiración.
Pensé en Colombia, en la manera como malinterpretamos el uso de la tierra y me avergoncé en silencio.
Cerca de cinco millones de vietnamitas han resultado afectados por el agente naranja, un arma química utilizada por Estados Unidos durante su agresión, hace 40 años. Aún hoy siguen naciendo niños con graves malformaciones.
El Gobierno de Estados Unidos utilizó de manera deliberada este herbicida para deshojar la densa vegetación en las selvas de Vietnam y reducir así las posibilidades de una emboscada. Pero en realidad terminaron atacando a comunidades civiles enteras.
Entre los efectos, aún visibles 40 años después, están deformaciones severas, daños cerebrales y físicos, defectos congénitos, multitud de tipos de cáncer. Sus efectos se siguen padeciendo, no sólo en la naturaleza, sino en las nuevas generaciones.
Al principio no se trata de entender sino de amar, dijo Breton. Y amar es aceptar. Con esta idea partimos hacia un viaje que nos hizo amar y odiar a Vietnam muchas veces.
Ho Chi Minh, el caótico encanto de la vieja Saigón
La idea de la moto fue mía. Una idea de la cual me arrepentí durante muchos días.
Llamada históricamente Saigón, es un auténtico caos en el que viven unos 9 millones de habitantes. Ho Chi Minh es la ciudad con más tráfico que he visto en mi vida. Tráfico, pitos, contaminación. Cruzar una calle allí es un deporte de alto riesgo.
Para hacerse una idea: allí hay más gente que personas y más motos que gente.
El aire es denso y costaba llenar los pulmones dentro de ese matorral de tráfico. Al principio nos daba risa, después era un mirarnos y decir ¿En qué nos metimos?
Llegue a odiar la ciudad a la media hora de haberle comprado la moto a un señor borracho. En la zona de Backpackers es de lo más común encontrar viajeros que vienen del norte y venden la moto desde 180 usd y Vietnamitas que las revenden para quienes se dirigen al norte, nuestro caso.
La nuestra fue una transacción de 350 usd (cara), era la moto personal del revendedor que parecía estar en buenas condiciones ¡Parecía! …
Compramos la moto, dos cascos risibles, una simcard para usar el gps, una Lonely Planet pirata, amarramos el equipaje y bautizamos a “La Hochi” encomendándole nuestros deseos de disfrutar sanos y salvos el viaje.
Cinco horas de trafico infinito entre una estampida de motos, fue lo que nos despidió de la ciudad. La salida obligada para ir sur abajo, hasta el delta del río Mekong, la arteria del país, de aldeas y mercados flotantes.
Hoy me da risa, pero juro que odie esos instantes.
En este #Elogioalacotidianidad lo expresé muy bien
In the middle of nowhere
Y entonces ¿dónde carajos está el Mekong? Nos preguntábamos cansados de andar y con la cara quemada por el viento y la polución (Error: no compramos tapabocas) esperando encontrar una ciudad super desarrollada y llenas de hostels.
Creo que allí comenzamos a entender a Vietnam. No está preparado para ti, viajerito lleno de necesidades. Eres tú, el que se tiene que ir adaptando si realmente quieres entrar. Y una vez te dispones, la magia se te muestra. Vietnam no te mostrará paisajes espectaculares y gente amable sino hasta que te tenga confianza. Es una país con personalidad de gato.
Llegamos a My Tho, una de las puertas de entrada por excelencia al delta del Mekong, después de 80 caóticos kilómetros. Nos hospedamos en un hotel frente al río y nos dedicamos a comer delicias frescas y a recorrer canales de agua en barcos a remo, las 4 islas que se forman en medio de la jungla del Mekong: la isla Dragón (Con Rong), isla Tortuga (Con Qui), isla Fénix (Con Phung) y la isla Unicornio (Con Lan).
En la #libretaNegra escribía
«Estamos en una barquita cruzando el Mekong. Llegamos hasta aquí en moto desde Ho Chi Minh. Tenía este viaje pendiente, no moriría tranquila si no lo hubiera hecho. La única manera de estar presente es no tener pendientes. Pensé que recorrer el país en moto era una locura pero no lo es. Es una demencia. Sin embargo decidimos no rendirnos ¡A ver qué nos trae el camino!
«…Así somos: hemos decidido sentir el viento en la cara en lugar del aire acondicionado de un bus. Mi compañero de viaje es fuerte. Eso me da valor. Gracias Vietnam por mostrarme de lo que soy capaz»
CONTINUARÁ…
2 comentarios
Cada vez que te leo me enamoro más, de una chica que ni siquiera conozco, cuyo apellido no se ni pronunciar, pero que cuenta las historias más increíbles.
Me encanta leerte.