Medellín, 13 Marzo de 2017
Querida Aniko,
Aterrizar en la página, a pesar del miedo. Por miles de razones era algo que seguía aplazando para no enfrentarme a esto que necesitaba escribirte desde hace tiempo. Llevamos meses (¿acaso dos años ya?) comunicándonos por el blog, llamadas infinitas de Skype y mensajes de WhatsApp a los que acudimos siempre con algún interés. Es gracioso, las amistades virtuales llegan a un nivel en el que todo acto de comunicación se establece siempre por una razón relevante. Siempre acudo a vos, o acudís a mí para contarnos algo que de repente se vuelve súper trascendental y por eso el origen de estas cartas: estamos llenas de preguntas y estamos llenas de miedo.
Hablar sobre el miedo es como hablar de algo prohibido. En cuanto lo mencionas llega alguien que te dice “Nooo, relájate. No hay razón para tener miedo. Superálo. Todo va a estar bien” Entonces te callás la boca y te decís «Sí, sí. Es verdad. No tengo miedo, no tengo miedo ¿y por qué voy a tener miedo?» Rechazando el miedo de plano. Lo haces un lado, le tapas la cara con una bolsa de papel y haces de cuenta que no está ahí.
Pero el miedo no se va. El miedo nunca se ha ido Aniko, y creo que nunca nos va a dejar en paz.
M i e d o
La sola palabra me da miedo ¿Vos crees que exista algún nombre para ese efecto? Que pronunciar la palabra misma, te produzca en la piel lo que su nombre indica.
La verdad es que no me gusta. No me gusta ni la palabra, ni la emoción, ni el fetiche por erradicarlo. Me refiero a esa mentalidad tipo Nike tan de moda, enfocada a “Enfrenta tus miedos” “Golpea tus miedos en la cara, destrúyelos, muestrales quién es el jefe” como si la vida se viviera a punta de slongans…
Toda esa agresividad, esa violencia y valentía de supermujer es tan frágil, me parece tan frágil. Porque en el fondo, lo que estás golpeando en la cara o en el trasero es realmente una versión de ti misma ¿no? y no me parece una gran idea el ir por la vida golpeando en la cara diferentes aspectos de una misma. Eso, lo único que causa es mucho dolor creo yo. Rechazarse así, por sentir algo tan natural como el miedo.
El miedo es uno de los ingredientes del ser humano, de cualquier ser vivo. Es decir, si paso mi lengua por mi brazo y lo lamo, puedo sentirlo ahí. Ese saborcito como a Wasabi rancío tan difícil de descifrar que no sabe a lo que espero de mí, pero es mi sabor. Sigue siendo yo. Así como el dulce de coco, el picante de chile dulce y el salado de mar que llevo en la piel.
¿Sabes algo? Yo quiero todos esos ingredientes en mi vida. Es decir, soy una miedosa y está bien. Es parte del paisaje. Pásate la lengua por el brazo ¿no lo sentís también?
¿Cuánto tiempo llevaré odiando el miedo que hay en mí? Me pregunto ahora que te escribo esta carta. Rechazándolo y poniéndole el pie en el cuello hasta asfixiarlo. Amenazándolo, amordazando su boca para que no salga a escena conmigo y me haga quedar en ridículo.
Lo culpo de muchas cosas que he dejado de hacer, de las decisiones que no he tomado por amor sino por miedo, lo culpo por algunas oportunidades y personas que he dejado ir y nunca le he dado las gracias por nada en mi vida, por nada.
Aunque si lo pienso mejor, probablemente, le deba algunas cosas. Increíble.
El miedo me ha salvado la vida un par de veces. La vez que fingí estar hablando con mi novio por teléfono diciéndole el lugar exacto donde estaba para que viniera por mí, sospechando de un tipo que me persiguió hasta el baño solitario de un centro comercial que estaba por cerrar. La vez que salí corriendo y gritando por ayuda cuando dos ladrones querían robarnos. Las veces que dejé de tomar cierto camino oscuro en ciudades que ni conocía o las veces que he dicho no gracias stranger, ante cosas que parecían turbias. La vez que grité y golpeé con fuerzas que ni sabía que tenía cuando un tipo intentó abusar de mí. Todo, todo eso y muchas cosas más que ahora no recuerdo, lo hice por miedo- Y jamás le he agradecido ¿Vos sí? ¿Lo has hecho? ¿Lo harías conmigo? A la cuenta de tres:
1,
2,
3
GRACIAS SEÑOR MIEDO.
Creo que hay una gratitud esencial con la que deberíamos empezar, antes de decir que vamos a lidiar con el miedo. Y es que en muchos aspectos le debemos hasta nuestra biología. El estar aquí es tal vez gracias a que una Aniko y una Carolina primates, profundamente miedosas huyeron de peligros y amenazas que hubieran acabado con su especie y evolución.
Cambia un poco la perspectiva ahora ¿no te parece? Verlo como un protector (terco e intenso) en lugar de verlo como un monstruo y decirle: Gracias señor miedo, sé que me querés salvar la vida pero la verdad es que simplemente estoy tratando de escribir un libro (o un post jiji) y la vida de nadie está en peligro. Ya sé que no escribo taaan bien como te gustaría pero la verdad es que nunca he matado a nadie con mis textos. Así que quedáte tranquilo y dejá la histeria. Ya podés volver a dormir y seguir roncando en tu caverna de angustias.
Hace unos meses leí un libro de Elizabeth Gilbert: Big Magic. Ella -una de mis gurús- dice que la creatividad, que la vida creativa; es un viaje en coche. En ese roadtrip vos llevás muchas cosas en el equipaje. Llevás tu dignidad, tus ideas, sueños, vergüenza, ganas, recuerdos, curiosidad, habilidades, tesoros por descubrir; en fin, todo lo que sos. Lo que implica que también va el miedo a bordo.
Es más, es imposible dejarlo fuera. Él tiene que ir a ese viaje, dejarlo, es como irte sin una parte del corazón o del cerebro. El miedo es vital.
Sin embargo, lo que hay que hacer con ese pasajero, es ponerle reglas de juego. Decirle que bajo ninguna circunstancia podrá conducir o dar indicaciones de ruta. No podrá controlar el mapa, sentarse en la silla del piloto o incluso, no podrá elegir la música del viaje. A mí me gusta pensar que en ese viaje, ubico al miedo en una sillita de bebé. Lo ato con el cinturón de seguridad bien ajustado y lo pongo al lado de una ventana para que se entretenga con el paisaje.
Al miedo se le deja tener voz pero no se le permite subir el tono de voz, en cuanto se le deje gritar comenzará a llorar y a dar alaridos de nervios. No se le deja, bajo ninguna circunstancia, tomar el control de la historia con la que estamos tratando de comprometernos. La historia de nuestras vidas, al fin y al cabo. Porque a pesar de las contradicciones, creo que sigue siendo nosotras. También somos miedo.
Yo por ejemplo soy miedo a muchas cosas. Miedo a la muerte, a morir sola o a morir de repente como mis hermanos. Miedo a que el corazón me falle, como a mis hermanos, miedo a la locura, a quedarme habitando una realidad paralela. Miedo a los locos, a los homeless; a que me agredan físicamente. Miedo a las cucarachas, mucho miedo a ellas, un miedo irracional y aprendido en la infancia. Miedo a no vivir mi vida, a repetir errores, miedo a no aprender. Miedo a los cambios, miedo a la contaminación, miedo a la enfermedad, a que mi cuerpo me traicione. Miedo al sin sentido, a no encontrar la belleza en cada pequeña cosa de la vida. Miedo a la pobreza material, miedo a la gordura, miedo a perder a mi madre, un miedo terrible a la orfandad, a sentir que no tengo a nadie que me ame como ella. Escribo esto y me dan ganas de llorar. Le tengo miedo a no ser capaz de publicar nunca mi libro, que nadie me lea, que sea cursi, infantil y sin ningún mérito literario. Miedo al qué dirán. Miedo a volver a irme de viaje, miedo a encontrarme con los mismos miedos que me encontré cuando estuve de viaje por Asia. Miedo al futuro (que no existe), miedo al Trastorno de ansiedad que me diagnosticó alguien, miedo a identificarme con esas etiquetas. Miedo a que me vuelva a dar un ataque de pánico y olvide cómo respirar. Miedo a olvidar mis salvavidas, la escritura, los libros, el yoga, el arte. Miedo al amor, a comprometerme; a no saber amar. Miedo a que cuando me lavo los dientes el personaje de «El grito» de la pintura de Munch, aparezca detrás de mí en el espejo. Miedo a que alguien me tome por los pies mientras duermo, miedo a que algún loco me empuje a los rieles del metro mientras lo espero. Miedo, por supuesto, a caer al océano mientras vuelo. Miedo a ser mamá. Miedo a no ser mamá. Miedo a cambiar las bombillas de luz, miedo a la electricidad. Miedo a quedarme eternamente en mi ciudad, miedo a irme a vivir a otro lugar. Miedo al miedo, miedo a no haber hecho lo suficiente cuando llegue el momento de volver al cosmos.
Ay el miedo, compañero de viaje.
Mientras nos desviamos por la carretera él me gritará “Noooooooooooo, ¿pero qué estás haciendo?” y yo le diré “hey, aquí la que manda soy yo. Confiá en mí que sé lo que estoy intentado hacer” Así sea una completa mentira porque vos y yo sabemos, que la mayoría del tiempo nos la pasamos improvisando y haciendo malabares en la cuerda floja.
No tener miedo es para psicópatas. Aquellos en los que podés ver una falta de humanidad en sus ojos reptilianos. No creo que el truco consista en no tener miedo, tal vez se trate de ser valientes a pesar de tener miedo
¿No te parece?
[Este post pertenece a la serie CARTAS DESDE EL OTRO LADO DEL MUNDO que estoy escribiendo a distancia con mi amiga Aniko Villalba. Un intercambio de correspondencia sobre el que exploraremos diferentes temas ¿Se te ocurre alguno? Te invito a leer la carta que me escribió acerca del miedo en su Blog]
13 comentarios
¡Me encantan estas cartas!
Me atrevo a decir que el miedo habita en todos nosotros, que la diferencia está, quizás, en cómo lo demostramos o maleamos. Y sospecho que aquellos que dicen no tener miedo lo hacen por el miedo mismo, por el miedo a desnudarse y verse sensibles ante ellos mismos.
Siento que es «sano» sentir miedo hasta cierto punto, hasta el punto en que ponemos por encima nuestro deseo y lo superamos y luego, cuando nos encontramos al otro lado, nos decimos: Ay! No se por qué tenía tanto miedo de hacer/decir tal o cual cosa… Y al final saber que fuimos superando miedos nos ayuda a seguir superando todos los que se nos presenten, porque el miedo, al igual que al deseo, lo vamos trasladando de objeto.
Superar miedos se puede convertir en un fin o en un medio, y creo que lograrlo puede ser tan reconfortante como cuando cumplimos un sueño. Lleva un proceso interno muy intenso, es pasar nuestros propios límites e ir avanzando casi con ganas de ir con los ojos tapados, sin mirar hacia los costados….
Mi mayor miedo es la muerte, el hecho de dejar de existir me aterra y mi deseo de superarlo o asimilarlo, o aprender a vivir con él lo que más pueda creo que me va a acompañar por siempre.
Por cierto, el otro día, supe que la etimología de la palabra «aterrado» es sin-tierra. Y para adentro mío pensé: tiene todo el sentido, claro. Cuando estoy aterrada, es porque me siento sin tierra, es porque siento que voy flotando en el aire y no tengo de donde agarrarme, porque los miedos por debajo están inquietos.
Las admiro a las dos, mucho.
Me hiciste reír, me hiciste querer abrazarte, casi me hiciste llorar y me hiciste tener miedo. Todo eso en un post. No quiero saber que serás capaz de hacer en un libro entero.
Yo te he visto hacer cosas muy valientes by the way.
Quizás hay que escribir una carta al valor.
Gracias por compartir tus miedos, que se parecen tanto a los mios y que al leerte le dan luz en esa oscuridad en que aveces los sumergimos.
Hermosa carta, reconfortante eso de cinserarnos y darnos, sin miedos y hablando de ellos 🙂
Gracias Carolina!
Creo que existen dos tipos de miedos. Uno serían fobias: miedo a volar, a morir, enfermar, etc. El miedo a escribir, publicar, bailar, cantar, hablar frente al público no pertenecen a las fobias, son ego. El ego es una entidad que en mayor o menor medida todos tenemos. Es el que ante cada proyecto que pensemos realizar, se nos cuela en la mente destruyéndolo con sus críticas. Ahí nos quedamos, paralizados y nos decimos que no lo podremos lograr, que no somos lo suficiente inteligentes, o creativas, o que no es el momento para encararlo. Las fobias no sé como se curan(o sí sé pero no es el tema), en cuanto al ego disfrazado de miedo, hay que enfrentarlo. «Voy a hacer lo que me hace feliz a pesar de lo que me digas, si triunfo bien y si no habré aprendido algo, si no mucho, en mi intento. Si hago lo correcto sin lastimar a nadie, ya he ganado». Así le hablo a mi ego cuando quiere tomar el mando. Fuerza a las dos.
Y qué tal el miedo al amor?… O al desamor… O peor, a la dependencia emocional y sabes que solo eres una «idiota útil» (me encanta el término)…pero sigues ahí… Con miedo. :\
Gracias por compartir tus palabras y tus tan profundos y personales sentimientos, siempre he pensado que cuando escribimos dejamos mucho de nosotros plasmado en las palabras, es un acto de desnudez y confianza con quienes nos leen. En la carta preguntabas si hay un término para describir el miedo que produce el miedo, este se llama fobofobia.
Y de nuevo muchas gracias.
Querida Carolina
Siempre encuentro un balsamo en tus palabras y letras. Te leo a ti y a Ana y me da un no sé que, que que se yo.
Gracias por compartir esto. Me siento tan yo, tan real, al saber que no soy la única que anda por ahí con una caja de miedos cargando en cada mudanza. Me motivan a escribir, amo escribir, pero siempre tengo miedo de escribir, de verme en ese reflejo. Gracias! Abrazos infinitos!
GRACIAS POR COMPARTIR TUS MIEDOS. SIEMPRE ME SENTI SOLA POR TENER AL SEÑOR MIEDO CONMIGO A TODAS PARTES, ES QUE ES UN TIPO POSESIVO Y ASFIXIANTE, JIJI. Y SI, SOMOS VALIENTES AL COMPARTIR ESTOS MIEDOS, POR QUE ES DE VALIENTES HACER UNA COSA QUE EN ESTA SOCIEDAD LLEVA AL RIDICULO. ES CHEVERE REIRSE DE UNO MISMO.
Por supuesto no estás sola, lo natural es tener miedo… supongo. Está bien aceptar eso.
Nada lesivo puedes encontrar en la escritura. Ese bálsamo que encuentras en mis palabras, es el mismo que encontrarás en el tesoro que aguarda en las tuyas.
Gracias a ti por recibir la intimidad de este texto.