Si hay una imagen con la que me identifico de los dibujos animados es aquella típica escena tipo Alicia en el país de las maravillas en la que el personaje principal desciende en una caída vertiginosa y profunda por un pozo. Al tocar fondo, ahí abajo, solo y confundido se pone de pie y se sacude el polvo. Del golpe, y ojalá fuera así en la vida real, la única consecuencia es una bandada de pájaros que hacen círculos sobre su cabeza. Cuando estos se esfuman debe enfrentarse a dos puertas enormes para poder salir de ahí… eso en mi vida se llama tomar decisiones.
Podría afirmar que detesto tomar decisiones pero eso sería como afirmar que detesto vivir, puesto que vivir es eso; estar abriendo y cerrando puertas, que graciosa e indefectiblemente llevan a más y más puertas. Lo cierto es que a veces cansa y uno quisiera llegar a un puerto, a una bahía en la que todo sea vaivén de hamaca y gozar, sin tener que pensar siquiera en el próximo cocktail caribeño que se va a tomar.
La primera puerta que uno abre en la vida, la caída del pozo, es sin duda las piernas de la madre por donde se llega de ese cosmos de agua tibia en el que se flota como un todo. Mi madre, dice que yo la elegí como puerta de entrada a este universo, si es así que acertada estuve. De ahí en adelante solo habrá más que dos puertas que se repetirán cada día o muchas veces en un solo día: la puerta de la libertad y la puerta del destino.
Es decir, que el juego no depende solo de uno.
Hay una mitad en la que la tarea es solo nuestra. Abrimos una puerta que elegimos solitos y se nos vienen encima un montón de consecuencias; pero la otra mitad, no la controlamos en lo absoluto. Hay tanto que se nos escapa y es como si esa puerta de vez en cuando, se abriera violentamente con el viento o como si tuviera un censor que cronometrara indecisiones, y pasados unos instantes se abre de par en par y es entonces, cuando te dicen que “si no eliges, la vida elige por ti”.
Puerta # 1
Con la puerta de la libertad he jugado bastante. La abro y la cierro como si fuera una niña chiquita corriendo en un castillo enorme que va descubriendo lo que hay en cada orilla, salón, pasillo, escalera con tragaluz, habitación y laberinto. A veces me río, me asusto, lloro, a veces bailo, a veces duermo y a veces no. A veces decido quedarme largo rato en un mismo lugar y cierro la puerta con candado. Otras veces, abro, salgo corriendo y deja abierto con luces encendidas y todo.
Con cada momento o lugar nuevo me he desbocado a abrirla y cerrarla creyendo que así, aumento mis posibilidades de ser feliz.
La abro y la cierro cada vez que suena la alarma y me doy permiso para cinco minutos más. La abro y la cierro eligiendo que ropa me voy a poner todos los días de la misma manera que voy seleccionando y cultivando mis pensamientos.
Abro y cierro la puerta de la libertad decidiendo como paso, vendo, invierto o pierdo mi tiempo. La abro o la cierro, cuando elijo con quién me relaciono, con quién comparto mi vida, mis planes, mis preocupaciones, mi dinero, mi casa, mi cuerpo y mi energía. La abro, cuando digo sí, cuando digo vamos, cuando voy, cuando leo, cuando escribo y decido qué digo y qué no digo. La he abierto de par en par cada vez que he amado. La he cerrado y la he pateado con mi ego. La cierro cuando miento, la abro cuando cumplo lo que digo, y no me quito poder a mí misma, cuando elijo las palabras y su tono, como si fueran los ingredientes de una receta especial. La abro y la cierro, cuando giro el picaporte y sé de los potenciales efectos de esa acción porque la puerta es causa y efecto.
La he cerrado al equivocarme, la he abierto al elegir cómo reaccionar ante la puerta siguiente, que puede tener la etiqueta de oportunidad o de fracaso. La cierro, cuando digo no puedo, la abro cuando digo ¿cómo puedo? La cierro cuando dejo pendientes y páginas en blanco, la abro cuando cultivo mis hábitos y tecleo con fuerza. La cierro cuando me juzgo sin tiempo. La abro cada vez que empaco mi mochila y me veo en cada nuevo paisaje, en cada nueva ciudad. La abrí, cuando decidí apostar por mis ideales y decir que quería ser escritora en tiempos en los que no hay que ser sino tener. La abrí, sí que la abrí cuando me fui un año a vivir sola a Londres y allí como por arte de magia o de destino, se me abrieron muchas puertas más y ya no volví a ser la misma y descubrí que podía atesorar la llave de esa puerta en mi pecho. La cierro cuando digo miedo, la abro cuando digo ¿quién dijo miedo? Y entonces, veo de lejos los caminos que se expanden, las historias que me esperan.
Puerta # 2
A la puerta del destino no me ha quedado más remedio que tenerle un inmenso cariño, porque la verdad es que hace lo que le da la gana pero me cae bien. A veces, la miro con cierta resignación y le digo “qué hija de puta que sos”. Otras veces, ella me lleva con los ojos vendados por caminos de incertidumbre para al final sorprenderme con una fiesta minuciosamente preparada para mí, y lo único que tengo para decirle es “gracias”.
La puerta del destino se me ha abierto de golpe como muerte, cuatro veces y me ha dejado ahí, a oscuras, suplicando que la tierra se detenga, suspendida en el tiempo, como si me soltaran en una estación terminal sin saber de dónde vengo o hacia donde voy, sintiéndome como parte de un experimento, esperando una señal, una luz, una forma, un movimiento, un color, mil lágrimas o el paso de una hormiga que me ayude a entender cómo se sale de ahí… y la respuesta siempre ha sido, volver a la puerta # 1: elegir cómo salir de ahí.
La puerta del destino se me ha cerrado, duro y en las narices con la palabra “no”, con silencios, con aplazamientos y solicitudes denegadas. Se me ha abierto, con un letrero de Bienvenida y globos de colores cada vez que me ha regalado amistad incondicional, cada vez que me he enamorado como si me hubiera revolcado una ola que no vi venir. Luego, se me ha cerrado con desilusión, con la deslealtad, con la hipocresía y la falsedad como cosas que no soy capaz de entender. Se me ha abierto con propuestas, con gente que ha creído en mí, se me ha cerrado con desamor, con corazones inesperadamente rotos, con expectativas altamente insatisfechas, con aguaceros después de vestirme para el verano, con tiquetes aéreos sin abordar, con pérdidas de dinero y billetera, con mirar la vida desde la ventana, con accidentes y soledad.
La puerta del destino siempre es niebla, siempre es un círculo que me ha llevado de vuelta a la libertad, la puerta # 1. Recordándome que la mitad del trabajo me toca a mí, que cada paso es un acto de fe porque nadie sabe cuándo y cómo se me va a terminar la partida. Ante la niebla, yo espero y utilizo mi imaginación, “que se abra o se cierre, que sea lo mejor para mí, que sea hermoso, que sea bueno”, me digo. Mientras tanto, mientras todo, yo sigo correteando por el castillo, no tengo en mente llegar hasta un punto determinado, solo quiero seguir transitando abriendo y cerrando cada puerta con mis manos al relatarlas y escribirlas como si tallara mi nombre en la madera “yo estuve aquí”.
Este texto hace parte de la serie 100Ideas de escritura creativa que publico semanalmente con Aniko Villalba, invitados a leer sobre las puertas de su vida en su blog.
Un comentario
Hola Carolina!
Me ha encantado lo que escribes…
Te he descubierto gracias al blog de Aniko,…
Darte las gracias por compartir textos tan chulos….
Un abrazo
Laura