Hola Ani,
Es raro pero siento que al año nuevo siempre le toma cierto tiempo para comenzar realmente. Después de pasar las festividades de Diciembre los nuevos comienzos requieren de un plazo para establecerse y sedimentarse.
Todo comienza como una pequeña tormenta que mezcla las experiencias inconclusas del año viejo, los recuerdos, los hábitos, las ganas y los anhelos. En Enero los granos de arena se levantan para reorganizarse, para hacer nuevas mezclas y después, lentamente comienzan a flotar en dirección a la tierra para entonces plantar la semilla de nuevas alquimias.
Nuevas causas y consecuencias, nuevos azares.
En Febrero esos granos de arena terminan de caer y se dispone un nuevo orden y desorden de las cosas y como toda transición; los nuevos ciclos se ponen en marcha de repente, cuando no estás lista del todo y entonces… Marzo.
Todo comienza a emerger rápidamente como esos frijoles mágicos que cuando brotan a buscar el sol, rompen con determinación y llegan al cielo con una velocidad que ni te enteras. Es cuando hay que empezar a trepar, con ese miedo a resbalar y con esas ganas de lograrlo.
Esto se ha vuelto imparable. Con frecuencia me sorprendo preguntándome ¿qué ha pasado? No sé si te pasa pero cuanto más crezco, más consciencia tengo del paso del tiempo. Es abrumador. ¿Será el tiempo que nos tocó? Tan sobreinformado, tan líquido. Un día aprendes a manejar algo y al día siguiente ya es obsoleto.
¿Le pasaría esto a nuestros ancestros? Esa sensación de «oye mundo, ¿será que puedes ir un poco más despacio por fa? Es que me mareo». Es como ir muy cómoda en el vagón de un tren y que sin previo aviso vengan a decirte que te tienes que bajar y tomar otro tren; y que así será durante el resto del viaje. Pero si aquí estoy bien, déjenme aquí con lo que me gusta, no quiero un tren más moderno este me sirve. «No señorita, tiene que bajarse, este tren dejará de funcionar pronto».
Esa obsolescencia programada de las cosas comienza también a trasladarse a nosotros mismos. Esa necesidad de constante actualización. Ese apetito que tenemos por el perfeccionamiento no solo de la tecnología sino de la imagen que fabricamos de nosotros mismos.
Después de todo, seguimos siendo animalitos en busca de una manada que no nos excluya. Una manada -aunque sea virtual- que apruebe hasta la más mínima de nuestras contradicciones.
A veces este paso indiferente del tiempo me lastima. Me entra la melancolía de saberme mortal y pienso -al igual que vos- que no hablamos mucho de estos temas. La muerte que no es otra cosa que la materialización de la incertidumbre nos genera demasiado malestar.
También pasa lo mismo con la vulnerabilidad y más en estos tiempos donde parece obligatorio exhibir la felicidad.
Otras veces esa certeza de que soy fugaz me enraíza en el presente y no hay cabida para los arrepentimientos o para los aplazamientos (adoro esa versión de mí misma); y en cambio, solo hay tiempo para el hoy. En días así me digo que lo que no haga por mí hoy, nadie más lo hará.
Tout va bien
Hay en tu carta una pregunta hermosa que no quiero dejar de responder con un ¡Sí! Intuyo que cuando mi consciencia se embarque en el próximo viaje, volveré a ver a mi padre y a mis hermanos. Lo cual me confirmará algo que sospecho, que no hay tal cosa como vos y yo, que somos uno.
Últimamente muchas cosas no salen como espero; o salen incluso mejor, o sencillamente salen diferente, y me digo «tout va bien, tout va bien” .
Veo esas “certezas cósmicas” que mencionas en tu carta por todas partes. Sé que nadie más que yo las he ido creando. El otro día leía que si quieres saber que has estado pensando los últimos cinco años, nada más tienes que observar tu presente.
Y me veo en la biblioteca de la universidad, escribiendo un poema, en lugar de leer sobre Derecho Procesal. Me veo en mi habitación escribiendo en una libreta acerca de los colores variados que tendría mi pasaporte lleno de sellos algún día. Me veo en Tailandia, abrazando mi soledad en aquella casita de la selva, teniendo la certeza de que llegaría un amor que me partiría la vida como un rayo.
Y aquí estoy.
2018, el año de las cosas pequeñas
Me cuesta admitirlo pero es la primera vez en mi vida adulta que no tengo propósitos específicos u objetivos medibles para el año. ¿Será malo?
Siento que tener expectativas tan extravagantes me hace cargar un espíritu muy pesado hacia todas las cosas y me pregunto a menudo: ¿por qué no andar más ligera? Y no me refiero a una mochila, sino a andar ligera desde adentro.
Me gusta que en inglés light sea a la vez luz y ligero. A lo mejor aligerarse sea eso, quitarse pesadas capas para poder brillar.
Son días en los que no quiero esforzarme por sobresalir o por compararme hasta conmigo misma. Son días en los que quiero estar aquí, al nivel de la tierra sin aspirar tanto a las nubes que es donde el ego, la sobreinformación y los likes de vidas perfectas nos llevan.
Tan cerca estoy de la tierra que el primer día que salí a correr por el río Guadalquivir aquí en Sevilla, me caí… las significativas trivialidades de la vida diaria.
En el mejor libro que me leí en el 2017 (y tal vez uno de los mejores que me he leído en la vida) Los pájaros, el arte y la vida, Kyo Maclear dice que la atracción que sentimos por las cosas grandes y lejanas solo es una manifestación más de la ambición desmesurada de nuestra cultura occidental.
Intento darle relevancia a los logros pequeños: ordenar la casa, disfrutar un buen té sin distracciones, llegar a un lugar en bici y sin usar google maps, comenzar un dibujo y terminarlo, responder los mensajes de la gente que me importa y tomarme el tiempo para no perder el hilo de una conversación pese a la distancia. Busco concentrarme en una idea, no mezclar tareas, no llenar mi agenda de pendientes y sobre todo, trabajo por mantener mi mente relajada (ese es mi mayor reto).
Mantener mis pensamientos como esas gaviotas inmóviles que en las corrientes de viento, ajenas a la gravedad, se dejan estar sin elevarse y sin caer al mar.
Reconciliarse con la lentitud
Sevilla -el lugar que ahora llamo hogar- es una ciudad lenta. El comercio cierra por completo los domingos y todos los días de la semana sin falta la ciudad duerme una profunda y silenciosa siesta de 3pm a 5pm.
Al principio no entendía nada, y me sentía fuera de lugar. Porque no me hacen bien las siestas en la tarde y mi biorritmo marca que después de almorzar hay que seguir trabajando, hay que seguir persiguiendo los siete y diez objetivos que ordena mi agenda para sentir que no estoy desperdiciando el tiempo que se me es dado.
De pronto he comenzado a sentirme cómoda viviendo en una ciudad pequeña y lenta. Donde no se toma por normal un tráfico ruidoso, un cielo lleno de polución y donde el paso de las bicis y los peatones tienen prioridad.
He presenciado el momento exacto en que una naranja cae al suelo y se estrella contra el asfalto demorandose exactamente los mismos segundos que a mí me toma pasar por el lado del árbol en mi bici. Tengo velocidad de árbol, ¡qué alegría!
Sevilla me está enseñando a vivir más lento, que no hay que embutir en un día todo lo que le quepa al horario.
Me está enseñando a esperar, a sentir en la nada no ya un desasosiego sino más bien; la confianza de que a la vida le toma cierto tiempo pasar a otra cosa. Del invierno a la primavera, por ejemplo.
El temporal ha llegado con un viento violento que sacude todas las cosas.
Los naranjos entregan todo a la tierra y llenan las calles de obstáculos antes de dar a luz el azahar.
Hay que andar prestando atención para no tropezar, la bici avanza entre una masa densa y entonces el cuerpo se sincroniza con la velocidad de los pensamientos.
Por eso dicen que «el viento te deja majareta».
En las corrientes de aire viaja una manada de lobitos invisibles que aúllan por los resquicios de las ventanas y me recuerda cuando de pequeña me escondía entre las cobijas al escuchar ese sonido que transporta tanta soledad.
Todo se eleva.
Es posible que en la espera mi paciencia se vea recompensada.
También es posible que aprenda que todo lo que deseo no está a mi alcance.
Entonces repito de memoria esta frase de Wislawa Szymborska
“Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante.”
{Este post pertenece a la serie “Cartas desde el otro lado del mundo”, un intercambio epistolar que hago con mi amiga y bloguera Aniko Villalba. Puedes leer su carta en su blog haciendo click aquí.}