Rituales para una vida creativa

Los rituales y la creatividad son mi «polo a tierra». De hecho, el concepto es muy interesante. Un polo a tierra o puesta a tierra es un mecanismo de protección contra la corriente, es decir, contra una sobrecarga de energía. Su función básicamente es desviar estas sobrecargas hacía la tierra y así proteger a las personas o a los aparatos que están conectados. Usando esto como metáfora, puedo decir que uso los rituales para no causarme un cortocircuito de tanto estar conectada a la rutina, las responsabilidades, las preocupaciones y las relaciones.

 

Durante todo este año, he estado trabajando en la construcción de nuestro nuevo proyecto: una vida creativa, y cada vez que investigamos más acerca de la creatividad y su relación con el bienestar, nos convencemos de que la creatividad, es un hábito. En ese sentido, los rituales son una manera esencial de decirle a nuestro cerebro y a nuestra realidad que algo en nuestra vida se está transformando. Escribo este post porque creo que nunca me había detenido a observarme de esta manera y he descubierto tres cosas que me conmueven:

  • La primera, es que los rituales son algo transmisible porque es algo que heredamos de alguien más o bien, es algo que compartimos con otra(s) persona(s).
  • La segunda es que sea cual sea nuestro ritual, constituye un acto de amor propio. Y esas son cosas que siempre, tarde o temprano, nos generan una recompensa.
  • Y por último, he comprendido que por más simple o esporádica que sea aquella acción, lo que le da su carácter de ritual en nuestra vida, es su valor simbólico porque son acciones que están basadas en alguna creencia, tradición, recuerdo o propósito.

Estoy segura de que hay muchos rituales que se me escapan, me limitaré a compartir aquellos que considero, están relacionados con mi tema favorito: la creatividad en la vida cotidiana.  Al final de este post he dejado un regalo para los lectores de este blog. Sin más, aquí van:

  1. El café y el incienso en la mañana: estos dos rituales son sin duda los más tradicionales y arraigados en mi cotidianidad por ser una herencia de mi madre. Desde que tengo uso de razón, abrir los ojos en la mañana, es una acción cuya consecuencia más inmediata es el aroma del café colombiano inundando todo el aire de la casa.  Al bajar las escalas que llevan a la cocina está mi madre, con una varita de incienso en la mano, cual maga, encendiéndolo y describiendo círculos de humo en el aire.
    Ahora que vivo en otro país, estas son dos cosas que no pueden faltar allí donde yo tenga un lugar al que llamar hogar.
    Dicen que el olfato es el más antiguo de nuestros sentidos, en mi caso, es uno de los sentidos más despierto por eso necesito que mi espacio huela como me gusta. Para mí el día no comienza del todo hasta que no tengo un buen café en la mano.Como la mayoría del tiempo trabajo en casa, encender un incienso es mi manera de decirle a mi cerebro que nos vamos a poner a trabajar, es de alguna manera el sonido de la campana o del timbre que en el colegio nos avisaba que ya iba a comenzar la jornada. Estos dos aromas me disponen y me preparan para lo que sigue.

«Todo lo que se necesita para hacer que la creatividad sea parte de tu vida es la disposición a convertirlo en un hábito», Twyla Tharp 

2. Practico yoga, por supuesto. Más que una disciplina para mí es un ritual al que entro no por obligación si no por bienestar. En mis clases de Vinyasa flow -un tipo de yoga muy dinámico- siempre les digo a los asistentes en el punto de mayor agitación física de la clase, que a veces tenemos que llevar el cuerpo a esos límites de movimientos y concentración en la respiración para que la mente pueda por fin perder tanto protagonismo en nuestro presente. Es entonces cuando nos sentamos a meditar y nos damos cuenta del espacio que hemos creado para que el momento presente nos habite.

Todos tenemos la capacidad de estar presentes, y practicarlo no nos exige cambiar lo que somos. Pero podemos cultivar estas cualidades innatas con prácticas simples que se ha demostrado científicamente que nos benefician de muchas maneras. No tiene que ser yoga, esta es la práctica que me sirve a mí pero conozco mucha gente que ni le llama la atención , ni le gusta. Si bien la atención plena es algo que todos naturalmente poseemos, está más disponible para nosotros cuando practicamos a diario.

Cada vez que traes conciencia a lo que estás experimentando directamente a través de tus sentidos, o a través de tus pensamientos y emociones, estás siendo consciente. Cuando entrenas a tu cerebro para estar atento, en realidad estás remodelando la estructura física de tu cerebro y automáticamente algo tiene que cambiar.

¿Qué estilo de meditación o yoga es el mejor para estimular la creatividad? Uno de los estudios más definitivos sobre este tema fue realizado en 2012 por Lorenza Colzato, una psicóloga cognitiva holandesa. Su equipo de investigación tenía un pequeño grupo de principiantes practicando dos formas de meditación:

1) monitoreo abierto, que implica observar y observar el momento presente y mantener la atención todo cuanto ocurre, y
2) enfocar la atención, es decir concentrarse en un un solo objeto, como respirar e ignorar otros estímulos (aquí pondría también al yoga, como meditación activa). Luego, de cada sesión de meditación, estas personas se sometieron a pruebas para determinar sus habilidades cognitivas y compararlas con las de antes.

Descubrieron que la primera meditación era mucho más efectiva para estimular el pensamiento divergente, un impulsor clave de la creatividad. Y que la meditación centrada en la atención (la segunda) estaba más relacionada con el pensamiento convergente, fundamental para las decisiones creativas en las que aprendemos a reducir opciones y formular soluciones. (Nota: las formas más comunes de meditación y yoga utilizan una combinación de ambos enfoques).

Por supuesto, un estado de consciencia de vivir en el momento presente no es suficiente para que la creatividad se despierte inmediatamente. Para ser más creativos, necesitamos entrenarnos cada día en la capacidad de observar, observar y atender los fenómenos e ideas que visitan la mente.

 

3. El poder de las pausas: el ocio, la curiosidad sin propósito, el no hacer; son para mí practicar el arte de desaparecer.

En nuestra cultura nos morimos de hambre por la quietud y el silencio. ¿No te parece que hay ruido y caos en todas partes?

La verdad es que el mundo no se ralentizará y se volverá menos ruidoso simplemente porque así lo queramos. Por eso hay que comprometerse con las pausas, de vez en cuando. He llegado a apreciar que la quietud, es oro. Tomar descansos, y sobretodo ir a la montaña o al mar, me reinicia en cuestión de minutos.

 

No sé si es cuestión de edad pero ahora busco silencio todos los días aunque sea por 15 minutos. Sin teléfono y en soledad. Saco mi caja de acuarelas y me pongo a garabatear o simplemente miro al cielo un rato sin propósito. Animo, a quien me lea, a que haga lo mismo.

 

El poder de no hacer nada, sin sentirnos culpables (es lo más díficil) por un ratito, no solo genera relajación, alivia del ruido y  refresca la atención. Tomarse el tiempo para simplemente estar quieto y tranquilo le da al sistema nervioso la oportunidad de equilibrarse (esto para los ansiosos como yo es una bendición).

 Aunque es fácil decir que apagas tu teléfono y cierras la puerta de tu oficina, hay más en pausa que lo que podrías pensar. De hecho, hay dos tipos de ruido a considerar:

El ruido externo, es lo que escuchas en tu entorno: hablar, música, máquinas zumbando. Hay ruido en casi todos lados en estos días. Las noticias y las redes sociales que nos tragamos 24/7. Estamos sobreestimulados con ruido externo.

Ruido interno, el fenómeno de estar en una habitación silenciosa, pero con la sensación de que toda una multitud de personas te está hablando a la vez. Son las voces en tu cabeza continuamente recordándote que hagas esto o que va a pasar una catástrofe.

¿Qué deberíamos hacer con todo este ruido? El antídoto contra el ruido es … lo adivinaste … ¡silencio!

4. Y por último, uno de mis rituales favoritos, escribo:

Me gusta escribir sobre mi vida cotidiana por una razón muy simple: para sentirme agradecida por las pequeñas cosas. No siempre es fácil darse cuenta de lo bueno: practicar la gratitud puede proporcionar un pequeño lugar de descanso para que la creatividad renueve todo en medio del caos.
Los seres humanos tenemos una tendencia instintiva a buscar lo que no funciona, desde la fila que no avanza en el supermercado hasta la rutina en una relación. «Un hábito de la mente estándar es tomar buena nota de lo que no está bien en nuestras vidas y obsesionarse con todo lo que falta»,

Pero, ¿qué pasa si giramos unos grados nuestra atención, hacia lo que no salió mal hoy?

Creo que este ritual, bien en la mañana o antes de irme a la cama, me genera muchas  microalegrías. A veces en mitad de la noche salto de la cama asustando a mi pareja porque olvidé escribir.

En una ocasión un amigo me confesó que escribir en un diario o en una libreta le parecía un poco infantil y esto lo rayaba un poco a la hora de escribir.

Es raro deleitarse con una orquídea, o una tarde tranquila en casa, una taza de té o un paseo por el bosque, cuando uno tiene menos de 22 años. Hay muchas cosas más grandes y grandiosas de las que preocuparse a esa edad: el amor romántico, la carrera profesional o los planes para esa noche. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, casi todos enfrentamos lo que realmente es importante para nosotros: las carreras cambian, las relaciones nos decepcionan, e incluso lo que antes nos gustaba ya ni siquiera le dedicamos tiempo.

En tiempos de fracasos e incertidumbre, comenzamos a tener una mayor apreciación de las pequeñas victorias de la vida cotidiana. Escribir es honrar eso.

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